Aunque todo lo que ocurre delante de las cámaras de cine necesita estar bien controlado, hay momentos en los que situaciones imprevistas llevan a los actores a recurrir a la improvisación, creando algunas de las escenas más icónicas de las películas. En esta ocasión, te traemos tres ejemplos en los que la improvisación nos hizo vivir momentos únicos.

Aunque después han habido muchas versiones de Batman, como la que próximamente verá la luz con Robert Pattinson en la piel del legendario Bruce Wayne, Heath Ledger marcó un antes y un después con su interpretación del Joker. Tan metido estaba en la piel del villano por excelencia que era capaz de improvisar escenas únicas que definieron al personaje. En El Caballero oscuro (2008), la segunda película de la trilogía de Cristohper Nolan, Ledger improvisó hasta dos escenas: el aplauso hacia el detective Gordon cuando se entera de su ascenso, y la salida del hospital justo cuando lo hace explotar.

Tampoco los clásico están exentos de la improvisación. En El Padrino (1972), Marlon Brando sentó las bases de lo que el imaginario colectivo entiende como un verdadero mafioso italiano: la forma de hablar, la mirada… y el gato en el regazo. Sin embargo, el animal no formaba parte de la idea original, fue Brando el que se lo encontró y decidió convertirlo en parte de la mítica escena. La interacción del animal con el actor funcionó tan bien que Francis Ford Coppola, director de la cinta, no quiso oponerse.

Y, siguiendo con los clásicos, ¿recordáis ese magistral momento en el que Indiana Jones es amenazado por un espadachín y el arqueólogo se libra de él con un simple disparo? Pues también es fruto de la improvisación. Después de horas de rodaje de En busca del arca perdida(1981), Harrison Ford no se sentía en condiciones físicas para la pelea que se preveía en el guion, así que decidió disparar a su enemigo y dar a luz a uno de los gags más recordados de la saga.